El tiempo

 

por Martha Escudero (Barcelona, España)

 

Cuenta la mitología que el Caos generó a Gea, digamos la tierra, y de ella surgió Urano, el cielo. Gea y Urano permanecían juntos, pegados. Urano cubría a Gea en todas y cada una de sus partes y hacía lo único que sabía, y en esa situación, podía hacer: penetrarla. Esta cópula permanente provocó que Gea fuera concibiendo hijos, pero estos no podían nacer, no podían salir de su madre porque la salida estaba constantemente ocupada por Urano. Gea estaba harta de esta situación, se sentía comprimida y sofocada y convocó a sus hijos para acabar con ella. Solo el menor estuvo dispuesto a ayudarla. Así que Gea entregó a su hijo una hoz de hierro blanco y el más pequeño cercenó aquella parte de su padre que impedía la salida. Urano "lanza un alarido de dolor y se aleja rápidamente de Gea. Se establece entonces en la cima del mundo, de donde no se moverá jamás" (1). Y es entonces cuando se abre un espacio entre el cielo y la tierra, el espacio que habitan todos los seres. Y es entonces cuando, gracias a la intervención de Cronos, el hijo menor de Gea, comienza a correr el tiempo.

A la manera de Atanasiu, podemos decir que hay tiempo muerto, tiempo libre, tiempo al tiempo. Poco tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo del mundo. Hay otros tiempos, buenos tiempos, malos tiempos. Podemos perder el tiempo, contar el tiempo, robar el tiempo, ganar tiempo, sumar tiempo. Pero sobre todo, el tiempo es oro.

Y es el tiempo uno de los factores claves en la narración oral. La narración transcurre en el tiempo y cada cuento tiene un tiempo propio.

Hablemos en primer término del tiempo del cuento. Para ello me serviré de las reflexiones de Italo Calvino: "...el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento que obra sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo" (2). En cada cuento se suceden acontecimientos que van marcando un ritmo, un tiempo. Este tiempo puede ser cíclico o puede dilatarse e incluso detenerse. Pensemos en un cuento tradicional. Generalmente lo ubicamos hace mucho tiempo y, partiendo de una situación y circunstancia, a nuestro protagonista le pasarán cosas: tendrá que ir a buscar algo, caminará y caminará, correrá peligrosas aventuras y finalmente volverá transformado. Cuando narramos una historia de este tipo no decimos ni pensamos si el protagonista ha caminado durante horas, días o años; no nos planteamos su edad; no nos cuestionamos si es físicamente posible todo lo que le sucede porque no es eso lo importante, porque ese tiempo es relativo, porque lo que importa es esa sucesión de acontecimientos que mantendrá el interés del que escucha. Hace tiempo durante una sesión en una biblioteca, un niño de unos 6 ó 7 años me dio una lección muy importante: yo contaba una historia y en un momento en el que me regodeaba en la descripción de las características de un personaje, el niño dijo: "Vale, vale, pero ¿qué pasó?" Y es que lo más importante es que pasen cosas. Calvino dice que la primera característica de un cuento tradicional es su economía expresiva "...todo lo que se nombra tiene en la trama una función necesaria... las peripecias más extraordinarias se narran teniendo en cuenta solamente lo esencial; hay siempre una batalla contra el tiempo, contra los obstáculos que impiden o retardan el cumplimiento de un deseo o el restablecimiento de un bien perdido" (3). El tiempo en el cuento es generalmente relativo.

Hablemos ahora del tiempo de la narración. Cuando tenemos la oportunidad de disfrutar de una buena sesión de narración, nos sorprende cuando el narrador dice "y para acabar..." ¡Cómo que para acabar!, ¿ya está? El tiempo, ese tiempo que contamos con nuestros relojes, se nos ha pasado volando. Es una de las virtudes de la narración. Pero ¡cuidado! ese momento de escucha puede convertirse en un suplicio, en un rato largo y pesado si el narrador no es hábil. Me vuelvo a servir de Calvino que cita un cuento de Boccaccio en el que un grupo de personas salen a dar un paseo y uno de los caballeros ofrece contar un cuento para hacer más llevadero el camino:

"-Doña Oretta, si queréis, os llevaré gran parte del camino que hemos de andar como si fuerais a caballo, con una de las más bellas novelas del mundo.

La señora respondió:

-Señor, mucho os lo ruego, que me será gratísimo."

El señor caballero, a quien tal vez no le sentaba mejor la espada al cinto que contar historias, oído esto comenzó una novela que en verdad era en sí bellísima, pero que él estropeaba gravemente, repitiendo tres, cuatro o seis veces una misma palabra, o bien volviendo atrás y diciendo a veces: "No es como dije", y equivocándose a menudo en los nombres, sustituyendo uno por otro; sin contar con que la exponía pésimamente, según la calidad de las personas y los hechos que sucedían.

Con lo cual a doña Oretta, al oírlo, a menudo le entraban sudores y un desmayo del corazón, como si estuviera enferma y a punto de morir; cuando ya no lo pudo aguantar más, viendo que el caballero se había metido en un atolladero y no sabía cómo salir, le dijo placenteramente:

"-Señor, este caballo vuestro tiene un trote demasiado duro, por lo que os ruego que me dejéis seguir a pie."

Y Calvino comenta: "El cuento es un caballo: un medio de transporte, con su andadura propia, trote o galope, según el itinerario que haya de seguir... Los defectos del narrador torpe enumerados por Boccaccio son sobre todo ofensas al ritmo, además de defectos de estilo, porque no usa las expresiones apropiadas a los personajes y a las acciones..." (4).

Este pequeño relato es una verdadera lección del arte de la narración oral y valdría la pena analizarlo punto por punto, pero no es ahora el tema que nos ocupa.

Pasemos a hablar de otro tiempo: del tiempo del que disponemos para narrar. Romántico e idílico sería contar con todo el tiempo del mundo para narrar nuestras historias. Noches enteras, horas y horas y un público dispuesto a escuchar. Pero lo cierto es que no es así. Debemos ceñirnos a un horario. Siempre nos preguntarán: ¿Cuanto dura el cuento (o la sesión)? Y tenemos la obligación de saber contestar y de contestar con la verdad. Un narrador debe saber cuánto tiempo durará la marcha de su caballo y deberá ser consciente de si su caballo está cansado o lleno de energía. Es decir, debe tener una idea de la duración de cada relato y de las posibles variaciones debidas a cambios en la velocidad de la narración provocados, frecuentemente, por diferentes estados físicos y/o anímicos. Cuando nos planteamos estructurar una sesión y escogemos los cuentos que la integrarán, tenemos que saber, dependiendo de la duración total de la sesión, cuántos cuentos podemos contar. Generalmente una sesión dura entre 50 y 70 minutos, dependiendo del tipo de público y de la situación. No es lo mismo contar para niños de 5 años que para adultos. Pero me atrevería a decir que incluso un público entrenado en escuchar y que guste de los cuentos, no tolera más de hora y 20 minutos. Recordemos que, actualmente, la vida corre muy deprisa, siempre tenemos cosas que hacer y el tiempo destinado a la escucha apenas comienza a valorarse.

Y qué decir cuando compartimos una sesión con otros narradores o participamos en una maratón. Es fundamental ser consientes del tiempo que tenemos para narrar y elegir el cuento que mejor se adapte a ese lapso. Excedernos en el tiempo que teníamos destinado para narrar es básicamente una falta de respeto al organizador, al público, a los otros narradores y a nuestro oficio. Denota además una falta de conciencia de nuestras capacidades y habilidades; una falta de escucha, elemento básico para el narrador que le lleva a adaptarse a cada momento y situación; y, en resumen, a una total falta de profesionalidad.

Recordemos siempre las palabras del poeta: "Sabia virtud de conocer el tiempo" (Renato Leduc)

Notas:

1 Vernant, Jean-Pierre. 2000. El Universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos. Anagrama, Barcelona

1 Calvino, Italo. 1997. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, Madrid

3 op.cit.

4 op.cit.

Enviado por su su autora, Martha Escudero, para Red Internacional de Cuentacuentos.

Publicado en en la Revista n, no. 2 segunda época// Prohibida su reproducción sin permiso de su autora.

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